Persigo tus curvas con los ojos cerrado y efectivamente,
siguen ahí.
Perfectamente señalizadas por el código de tu perfume
a juego con los tirantes de tu vestido.
Son curvas, que mejor se harían con el freno motor en bajada, tratando de controlar que nunca acabasen.
Ondeantes al ojo, sinuosas al seguimiento, e insinuantes
a la provocación, de dejarse arrastrar por ellas.
Donde encaja el encaje enlaza un lazo,
y una curva con otra continúan enlazando.
Son las que dibujan puertos de montaña.
Tallando, en esbeltez y dificultad la categoría de estos.
De una a otra se podría saltar sin miedo
a la adicción que demandaría su adrenalina,
convirtiendo este básico juego de la vida
en montaña rusa sin final...