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El inevitable roce.



Cuando te roza la muerte
se puede partir el sol de cualquier mañana,
y escuchar silencio en una voz amable.

Por que la pena a lo lejos siempre
es de otros.

No se sabe si ese día no había que haberse levantado
o haberse acostado, nunca se sabrá.
Si se sabe que las piernas son las primeras
en enterarse de la noticia y al no poder hacerse cargo
el cuerpo cae.

Cuando te roza la muerte comprendemos 
la importancia de saborear el agua y también
de mirar de frente al monstruo,
antes de que te toque.

En ese roce se desvanecen las promesas
y casi las primaveras.

Se abrazan la preguntas, sin hablar,
sin conocerse de nada.

Por que el leve acercamiento puede aplastar
la más ordenada de las rutinas y la más
estudiada de las monotonías.

Quizá la soledad de la guarida explique
el sinsentido desbordado de lo que no
tenía que haber pasado.

Puedes parar de llorar cuando se acaban las lágrimas
o cuando te arropa el sueño.

Lo único cierto es que cambia la vida,
la fatal aparición de la tal caricia.

















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